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Un 4 de septiembre de hace hoy doscientos años, nacía una de las almas más excelsas de la historia de la humanidad. No era pródigo en palabras, más bien un humilde hombre de bien de aspecto provinciano vecino de Ansfelden (Austria).

Dios quiso que el Verbo fuera Música, y en la mente de este genio nacieron pilares que sostendrían las Catedrales Sinfónicas más abrumadoras de este egregio arte; Y Dios vio que era bueno.

El que fue el gran Organista en Sankt Florian, se convertiría en compositor en un tiempo complicado para la música y la política… que dicho así podría perfectamente parecer que hablo de nuestro tiempo, pero no, aquél fue mejor.

No voy a entrar al detalle de cuánto produjo: Motetes, Salmos, Misas magistrales, su Maravilloso Requiem, un Te Deum de genialidad incontestable y las inmensas sinfonías denodadamente revisadas por este gigante no exento de dudas y editadas ya fuera de su tiempo por Leopold Nowak o Robert Hass.

 

Bruckner, consciente de su talento vivía en la eterna duda compositiva, cualquier opinión era considerada, de modo y manera que el plantel de variantes en las diferentes versiones es considerablemente notable.

Tal vez, con la asombrosa Tercera sinfonía, encontró la manera perfecta de realizar su compleja arquitectura musical, siempre por y para el Dios Bueno al que dedicó su vida junto a un trabajo infatigable.

Todos los amantes de la música y del contexto histórico de Anton Bruckner, saben que nada jugaba en su favor, de ahí que fuera el eterno “gran olvidado” en la historia de la música clásica por la injusticia de los mediocres y el fervor de quienes de forma partidaria seguían las corrientes de tinta agitadora y demoledora en su contra como lo fue el crítico vienés Eduard Hanslick, defensor acérrimo de la tradición Beethoveniana encarnada por Brahms y declarado enemigo de Richard Wagner.

El amor que el maestro de Ansfelden sentía por la obra de Wagner fue, en gran parte,  su condenación al olvido; sólo le faltó a Bruckner dedicar su tercera sinfonía al genio de Leipzig.

Mientras la vida del compositor discurría y algunas obras más que maravillosas abrían el alma de los verdaderos amantes de la música ( como ocurrió con su genial Séptima sinfonía estrenada a finales de 1884 bajo la batuta de Arthur Nikisch), se encontraban también aquellos fanáticos musicales donde más que considerar la grandeza del artista, predominaba la posición impostada por la crítica. Por fortuna, otros jóvenes talentos veían la grandeza de este gigante, así, genios incontestables como Gustav Mahler lo tuvieron presente siempre en sus obras; Célebres son las palabras que escribió Mahler al leer una partitura del “Te Deum” firmada por el maestro que sentencian su profunda admiración:

 “Para la lengua de los ángeles, los que buscan a Dios, los corazones que sufren y las almas purificadas por el fuego”

Gustav Mahler

Hoy, Bruckner es ya un pilar principal de la historia de la música, un compositor que ha sido seguido e imitado en todo el posromanticismo bien entrado el siglo XX. Comparte la gloria de los grandes y el descaro de los incompetentes. Un hombre bueno que nunca inclinó la cabeza para someterse al gusto de las masas manipuladas en una absurda batalla cultural para el tipo de música requerida en ese momento histórico.

 “De entre miles, Dios me ha dado a mí talento… ¿Y cómo me juzgaría el Dios Bueno que está en el Cielo si yo siguiera a otros y no a Él?”

Anton Bruckner

Su vida devota y su inmenso trabajo debieran ser ejemplo hoy para que las personas fueran más independientes y menos vulnerables a la manipulación y el engaño y así, que sus propios ojos y oídos sirvieran para tener una opinión propia acerca del arte, la vida, la historia y el mundo.

 

Hoy, la obra de Anton Bruckner posee miles de grabaciones; incluso las del perseverante y riguroso director Sergiu Celibidache, las versiones integrales de Eliahu Inbal, la ortodoxia de Eugen Jochum, la majestuosidad de Karl Böhm, el gran efectista Herbert von Karajan en distintas discográficas, la de su espejo físico Günter Wand, Sir George Solti, Daniel Baremboim, Ivan Fischer, Bernard Haitink, Stanislav Skrowaczewsky, Leonard Bernstein, Claudio Abbado, Simon Rattle, Manfred Honeck, Wilhelm Furtwängler y un casi interminable etc…

Debemos recordar esta fecha y hacer honor al gran genio Austríaco, honrar su metódico estudio siempre acompañado por la inspiración Divina a la que honraba con toda su alma. Admirar su austeridad para enaltecer el mérito personal. Recordar al hombre bueno que fue y al testimonio firme del ejemplo ante un mundo, el que nos ha tocado vivir, donde el mérito murió en las fauces de la publicidad manipulada a golpe de talonario, convirtiendo el arte en un mercado especulativo, absurdo y aburrido donde la estulticia nos lleva a manos de indoctos “eruditos” que nos abocan a un universo henchido de amalgamas del simplismo más absoluto.

Si queremos que la música siga siendo el arte que fue, también nos la debemos merecer.

 

 

Francisco Sanchis Cortés

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Otto Böller: "Anton Bruckner a su llegada al Cielo"

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