El pintor valenciano Francisco Sanchis Cortés tiene una línea genética envidiable que le lleva en la búsqueda de las bellas artes. Una línea que conecta genéticamente las mejores costumbres de las raíces hispánicas, heredera de la demoníaca pintura ficcional del Pinazo, Emilio Sala, Mongrell y Sorolla. Una línea narrativa en la que cuenta mucho sobre la historia del asunto y su capacidad para moverse. Una línea en la que se valora fundamentalmente saber pintar, precisamente para caracterizar los motivos, con humanidad en los gestos de los personajes y sobre todo con un afloramiento de carácter romántico.

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Desde su juventud, el artista ha mostrado excelentes formas, en las que encarna ese exquisito impresionismo en sutilezas, sin perder el acento sustancial de la imagen. Las largas pinceladas en la ropa o en el cabello, en las que las iluminaciones brillan con iridiscencias sedosas o bruñidas, las sutilezas en las encarnaciones para dar morfología a los refinamientos de las pieles femeninas (motivo fundamental en sus lienzos) con un toque de aliento lírico. , la configuración con una finalidad escénica del entorno, una claridad viva, en la que emerge la luminosidad y frescura mediterránea.

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Pero sin embargo, quizás aún más interesante es la intención de los gestos, la sensibilidad de las actitudes, de las miradas, de los caminos en la intimidad, los gestos de la complicidad, en una historia que en su entidad pictórica tiene mucho romanticismo y sentimentalismo.

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Antonio Gascó Sidro

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Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Valencia, y académico de las Reales Academias de San Fernando, en Madrid, y San Carlos, en Valencia. Escritor y crítico de arte.

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